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sábado, 23 de enero de 2010

Vías
















Fotos: Victorino García Calderón






¡Qué riqueza late en el olvido!





Hay bellezas indestructibles. En las viejas estaciones de tren, de aire modestamente nobiliario, se cruzan tiempos en las imágenes de azulejos hermosos, en la pesadumbre de las vigas a fuerza de abandono. Es fácil imaginar el desierto cubierto de verde en aquel tiempo en el que las vías eran practicables y el andén estaba lleno de transeuntes. Ahora sólo quedan los nombres: sala de 1ª classe, chefe/ telegrafo/correio, cantina. No puedo dejar de pensar que nos olvidamos a nosotros mismos en este desprecio. Mi abuelo, que era maquinista ferroviario, republicano y libertario (libérrimo y alegre, diría yo) salvó de la tristeza a mucha gente, sacándolos del alcance de la ira por esta vía entre España y Portugal. Estoy en Barca d'Alba entre naranjos repletos de fruta, una bruma ligera y estrecha, rodea las elevaciones del arribe. Aquí, en la Raya, todo parece detenido. Camino por las traviesas de la vía abandonada, cruzo un puente de hierro, ya casi sin tornillos, sobre el Duero magnífico y entro en un túnel. Todo está esperando, quizá esperaba que apareciéramos para certificar que este abandono, aparentemente sin vida, no nos necesita, que no tenemos derecho a dar por supuesto que el olvido nunca nos va a alcanzar.





A mí me basta comprender que mi abuelo, con su tren, llegaba a esta estación y hablaba con la gente y se tomaba un vino en la cantina... esta misma cantina llena de colchones viejos, de papeles en el suelo, de botellas rotas, de excrementos... Hoy no me servían los versos...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta así, sin rima ni encabalgamiento. Hay prosa que dice más que un kilo de versos.
Se trata, creo yo, de las emociones que transmites con las palabras, con la elección de las palabras.