
Foto: Victorino García
INVENTARIO (En otro tiempo, en otro lugar, de otra manera...)
Las piedras de esta casa me escucharon.
Me vieron crecer.
Son tácitas, complacientes amigas.
Las abracé en tardes oscuras como se abraza un desaliento real cuando no queda sol.
Les impuse mi criterio, cambiaron conmigo, sonreí finalmente sus deformidades, sus colores, el silencio que procuraban a mis reflexiones.
Compartieron conmigo pañales y papillas, lentejas y langostinos, películas, descansos de dormitorio, pasiones y abatimientos, sobre todo compañías: proyectos, lecturas, tántos amigos…
He estado con ellas en soledad siendo muy joven, he crecido con ellas, nadie sabe los secretos que compartimos en la cocina o el dormitorio.
Se aliaron con la madera nudosa de las vigas que cambiaba también su color con los años como yo fui cambiando aunque siga pensando que la gente es buena, que la vida es buena...
Me han hecho afortunada y desgraciada al mismo tiempo en un empeño por existir en ellas y con ellas. Me han negado un afecto o no saben darlo, porque son piedras, ¡si ellas supieran esto! Y me han dado tantas cosas.
Hay muchos objetos entre los muros de esta casa de piedra . Poco a poco conforman un mundo sensible recreado sobre la improvisación de los días, sobre las puntuales necesidades, sobre las ganas de compartir y mejorar.
Cada objeto tiene su espacio y su presencia, es necesario en su escenario porque el mundo parecía estar bien hecho pero hay espacios nunca completos aunque no se note por fuera y sólo unos pocos se atrevan a confirmar este vacío.
Igual que el reflejo mutante en el espejo grande, igual que la luz irrepetible de cada instante, la mano que ofrece las caricias, el labio que ofrece los besos, la presencia que ofrece compañía constante, esas “cosas” que no forman parte del escenario de nuestras vidas son, paradójicamente, “la esencia virtual de nuestro espacio”.
No es fácil pensar que el vacío al fin ha podido. Después de las batallas y los días, cuando yo estaba en las piedras y las piedras en mí, como en los amores perfectos, nos hemos dado cuenta de que no nos pertenecemos, ni ellas a mí, y yo, que en cierta manera me dejé poseer, tampoco les pertenezco.
Planté mis árboles: liquidambar, lagerstroemia, castaño de indias, algunos frutales, un hibisco, un arce sacarino..., hasta un serval , alguna vez lo intenté con un haya pero no se dio. Compré flores todas las primaveras para darle color, puse algunas sombrillas en diferentes veranos… eso no tiene importancia.
Yo no mataré ningún monstruo por estos muros, por estos árboles, ni por nadie, pero no renunciaré por abatimiento. Tendré que ponerme a un lado, seguir por otra vía, llenar otro espacio para que deje de ser una circunstancia, todo en la vida son circunstancias… Nunca vacía y sin nada como si acabara de nacer, porque hay principios que requieren de finales, por fin, de equidad, y este es el caso.
Al fin y al cabo, qué otro inventario puede tener tánto valor cotizable y no cotizable en bolsa, tal vez, la dignidad y la justicia se den la mano con las cuestiones materiales y emocionales en algunos momentos y es, en esos momentos decisivos, en los que uno debe entender que el mañana ya está aliado con el hoy y hay que ganárselo en todos los sentidos, a pesar del corazón. Es decepcionante, no obstante, que la vida nos lleve tánto la contraria o nos dé tánto la razón... ¡vaya usted a saber!